lunes, 14 de noviembre de 2016


LA FLEXIBILIDAD COMO VALOR.

Como seres sociales que somos, vivimos con, por y a través de los demás. Sin duda, para poder interrelacionar de manera armónica es necesario practicar la virtud de la flexibilidad, que es una virtud derivada de la prudencia.

Sabemos, por experiencia, que en la práctica las cosas no siempre ocurren como esperamos, como lo planeamos. Generalmente uno se fija una meta y piensa en que las cosas sucedan de un modo determinado, sin considerar que pueden darse de otra manera. Ante esto, uno puede sentirse contrariado y empezar a revisar por qué fue diferente el resultado si todo fue planeado y trabajado para que ocurriera como “debía”. Algunas veces la contrariedad llega a ser tan intensa que ni siquiera apreciamos que los resultados están abriendo nuevas y mejores oportunidades, es decir, posibilidades que no habíamos considerado. 
 El defecto contrario a la flexibilidad es la rigidez, que impide ver las cosas desde otra perspectiva, escuchar otros puntos de vista y considerar que todo eso puede cambiar y mejorar. La rigidez puede, incluso, pretender que los demás vean las cosas como uno las ve. 
En cambio, la flexibilidad amplía la capacidad de apreciación hacia los puntos de vista expresados por los otros. Es tener la mente abierta para escuchar y analizar de manera objetiva
lo que el otro expresa; e invitarle a ver las cosas desde otro enfoque.
 La persona flexible está dispuesta a reconocer que su percepción de la realidad no es ni suficiente ni la mejor, porque a final de cuentas lo que quiere es conocer la realidad de manera más plena.
Cuando esto se aplica, por ejemplo, en el matrimonio, permite que los cónyuges conozcan mejor su realidad personal, permitiendo comprender mejor su modo de ser en las relaciones ordinarias.
La flexibilidad, por ser una virtud derivada de la prudencia, permite no perder de vista que siempre hay que buscar el bien mayor. Así, por ejemplo, si en la familia el bien mayor que se está buscando es la convivencia armónica, los esposos tendrán una mayor capacidad para acordar qué actividades realizar primero y cuáles después, o quién hace esto y quién lo otro. 
Cuando en la familia se busca hacer las cosas con alegría, tener un ambiente favorable al desarrollo en armonía, nada cuesta ceder en algo, incluso el hacerlo actúa como un espejo para que el otro (sea el papá, la mamá o los hijos) reconsideren y quieran seguir el ejemplo; cuando esto ocurre, se da una expansión de buen ánimo y aumenta la capacidad y la disposición de apoyarse como un equipo.

En la vida de la empresa es igual, el trabajo de equipo exige flexibilidad, porque busca ganar–ganar.
En cambio, la rigidez hace que la persona se centre en sí misma y pierda de vista el objetivo del bien mayor, que es el desarrollo de todos.  
 La vida democrática también implica flexibilidad y, por lo tanto, prudencia. Tener presente que el bien mayor es el del país, es decir, el desarrollo de todos los ciudadanos, exige apertura para apreciar y estudiar las diferentes propuestas en todos los aspectos, y poder tomar decisiones responsables.
 Alfredo Pallares

Colaboracion de Fr. Fernando Rodriguez OFM. recuperado 14 Noviembre 2016

No hay comentarios.: